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LOS "DIBUJOS ANIMADOS" SEGÚN EL SEÑOR VICENTE MOLINA FOIX

Aquí os presento el polémico artículo que publicó el reconocido y prestigioso escritor, director de cine y crítico Vicente Molina Foix en la revista "Tiempo" hace un par de semanas y que ha provocado multitud de críticas encendidas entre la grandísima multitud que nos consideramos amantes de los cómics y del cine de animación. Hay que respetar todas las formas de arte y sobre todo documentarse correctamente cuando se vaya a tratar un tema que desconocemos, porque lo más probable que acabemos metiendo la pata hasta el fondo, como ha sido el caso que nos ocupa.

Señor Vicente Molina Foix, bájese de su atril de "sabio gurú que todo lo sabe" y salga a descubrir lo que se cuece en la calle, lo que se mueve en la sociedad y abra un poco su mente cerrada y caduca.

NO ES SÓLO COSA del verano, sino que parece que la consideración del tebeo como una de las bellas artes está ahí para quedarse. El cincuentenario de la aparición de Astérix ha sido este año mucho más conmemorado que el de la muerte, un 23 de junio de 1959, de Boris Vian, o el centenario del nacimiento de Ionesco, mientras que se nos recuerda, en sesudos artículos colocados en las páginas centrales de los suplementos de libros de los periódicos nacionales no la primera edición de Lolita de Nabokov (también en 1959) sino que Tintín cumple 80 años. Proliferan los cursos, semanas, exposiciones en los museos y simposios también dedicados al cómic, y todo coronado por la disparatada instauración, hace más de un año, del premio Nacional de Cómic, con el que nuestro Ministerio de Cultura enaltece al dibujante de monigotes con la misma dignidad (y el mismo dinero) que otorga al mejor novelista, poeta o ensayista del año.

En el festival de cine de Venecia, otro lugar que fue en otro tiempo honroso, se acaba de conceder el premio a la mejor película de animación, en una sección especial. No tengo nada en contra de los tebeos, que leí de niño con el placer primario y el escaso aprovechamiento que dan estas cosas; también jugué con gran fervor al parchís y al palé, y no por ello estoy dispuesto a sumarme a una iniciativa que pretendiera elevar los juegos de mesa a la altura de las obras imperecederas del arte. Que muchos ciudadanos, y entre ellos filósofos de fuste y poetisas de la experiencia, sean devotos acérrimos de los dibujitos me parece respetable; toda manía que no haga daño al prójimo lo es, aunque yo diría que coleccionar sellos revela más sensibilidad que coleccionar tiras cómicas. La equiparación de Mortadelo & Filemón y el manga con Thomas Mann o Buñuel me parece una perversión muy propia de la dominante quiebra de categorías estéticas. Y voy aún más lejos: es un indicio del infantilismo expresivo cada vez más visible en materias tan opuestas como el diseño o la novela llamada nueva.

Que tanta gente y tantos críticos serios digan que una chorrada de plastilina como Up es una obra maestra del séptimo arte me produce vergüenza. Una gran parte de culpa en esta grotesca malversación de los valores la tienen los medios escritos. Ningún periódico, y el que menos aquél que más se precia de ser el más riguroso (el que leo infaliblemente y en el que escribo con regularidad), deja de ocupar páginas y páginas de la sección de cultura a las historietas, que cuentan en él con un crítico especializado. Por compararlo con el deporte o las artes aplicadas, ¿por qué esos mismos medios no incluyen en sus páginas de deporte reseñas de partidas de ping-pong, ni hacen crítica de las mejores baterías de cocina que salen al mercado? Las viñetas satíricas y la caricatura política tienen, por supuesto, una tradición y una dimensión muy distinta; ahí están los nombres de esos grandes artistas llamados Daumier, George Cruikshank o José Guadalupe Posada. Dibujantes capaces de reformar el mundo con sus trazos, mientras que el tebeo, en sus distintas encarnaciones, cómicas, eróticas o fantásticas, nunca deja de ser un entretenimiento no sé si para menores, pero desde luego muy menor.

A continuación os muestro un artículo genial publicado en "La Voz de Galicia", escrito por el señor Juan Gómez-Jurado, hombre jóven de mentalidad abierta y plural, que supone la respuesta perfecta y que defiende la valía del llamado "noveno arte" así como a todos los que nos apasiona. Su título no puede ser más claro:

En defensa del noveno arte
Leo en la revista Tiempo de esta semana una columna del señor Vicente Molina Foix en la que, bajo el título «Dibujos animados», despotrica a gusto sobre el cómic y las películas de animación.

Este señor, que es crítico y novelista, cree que la reciente institución del Premio Nacional de Cómic es «disparatada, enaltece al dibujante de monigotes con la misma dignidad (y el mismo dinero) que otorga al mejor novelista, poeta o ensayista del año». Está usted en un error, al menos en lo del dinero. En concreto el Premio Nacional del Cómic, instaurado en el 2007 por un ministro gallego, está dotado con 20.000 euros. Si no recuerdo mal, es un poco más que los 15.000 euros que le dieron a usted cuando ganó el Nacional de Narrativa ese mismo año. No se si fue eso lo que le molestó. Tampoco me imagino qué le impulsa a llamar «menor» al noveno arte. Francamente, dudo mucho que las emociones que transmite el trazo firme de Miguelanxo Prado puedan ser calificadas como menores . Me resisto a pensar que los demoledores guiones de Carlos Portela en La cuenta atrás , en la que narra la tragedia del Prestige, puedan ser algo menor.

Claro que este señor debe tener los estándares muy altos, porque un poco más adelante en el mismo artículo dice «que tantos críticos serios digan que una chorrada de plastilina como Up es una obra maestra del séptimo arte me produce vergüenza». Procuraré olvidarme de que mi hijo de dos años -que no se calla ni debajo del agua- asistió a la proyección de esa película con una mirada de asombro infinita y sin rechistar. Me olvidaré de los sendos lagrimones que me rodaron por las mejillas cuando acababa. Prefiero acordarme del final de otra obra maestra de Pixar, Ratatouille, en la que el crítico Anton Ego proclamaba: «El trabajo del crítico es sencillo. Arriesgamos muy poco, abusamos de nuestra posición y prosperamos gracias a nuestras críticas negativas, que resultan divertidas cuando se las escribe y cuando se las lee. Pero la cruda verdad que los críticos debemos enfrentar es que la peor de las basuras es más valiosa que el mejor de nuestros artículos». Toda una lección de humildad que críticos y columnistas deberíamos graparnos en la frente.

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