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VA DE CINE: QUE NO PARE LA MAQUINARIA

La maquinaria del cine es un no parar donde la competencia es feroz para conseguir atraer a los espectadores con producciones de lo mas interesantes, como estas que aqui os muestro.

THE LAST AIRBENDER: EL ULTIMO GUERRERO

Fantasía épica que adapta la serie "Avatar: The Last Airbender". Aire, Agua, Tierra y Fuego son cuatro naciones enlazadas por el destino cuando la Nación del Fuego declara una brutal guerra a las demás Naciones. Tras un siglo de lucha, no parece haber esperanza de que algo pueda cambiar este entorno de destrucción. Aang (Noah Ringer), el más reciente sucesor del ciclo del avatar, deberá viajar por el mundo hasta llegar al polo norte, junto a Katara (Nicola Peltz) y a Sokka (Jackson Rathbone), para aprender a dominar los 4 elementos (principalmente el agua control) y acabar con la guerra. Entre el combate y la valentía, Aang descubre que es el único Avatar con el poder de manipular los cuatro elementos. Aang se une a Katara, una Maestra Agua, y su hermano Sokka para restablecer el equilibrio en este mundo atormentado por la guerra. Durante su viaje serán perseguidos por el príncipe Zuko (Dev Patel), el cual intentara capturar al avatar pera recuperar su honor

  
Con The Last Airbender, producto convencional, puramente comercial, mundano si se quiere, le llega la hora al mago Shyamalan de demostrar que lejos de su escenario habitual, ese inquietante y sorprendente, del susurro en la noche y el final inesperado, es igual de efectivo. Shyamalan, artífice del inusual suceso de reunir su atípico cine de autor con un comportamiento más que digno en taquilla, inicia una arriesgada expedición en terreno desconocido, el de la aventura fantástica más palomitera, con desagradables resultados. El ilusionista aparece despistado en un filme que, a pesar de tenerlo presente en su producción, su guión y su dirección, carece del más mínimo reducto de personalidad. Unida esta falta de identidad a unos personajes vacuos, unos actores perdidos, una puesta en escena poco convincente, una narración abrupta y un relato muy incómodo para el profano, que siempre tiene la sensación de haberse perdido algo, El Último Guerrero se convierte en una obra prescindible de la que es cuestionable incluso su capacidad de entretener. Shyamalan desaprovecha además una potente premisa y una imaginería visual digna de explotarse con mayor sabiduría, con una desoladora pobreza en sus escenarios y criaturas, cierta vulgaridad en sus efectos especiales y una sorprendente elección en el planteamiento de la acción, siempre necesitada de más brío e imaginación. El prestidigitador Shyamalan aparece por tanto desamparado ante el público cuando ahora se ve desprovisto de su tradicional recurso de sacarse un conejo de la chistera en el último momento, ya que la única magia que logra con esta frustrada trilogía es la de hacer desaparecer el dinero de nuestros bolsillos.



CENTURION

Neil Marshall se mantiene fiel a su evolución filmográfica dentro de los parámetros del género y la serie B. Su propuesta más ambiciosa hasta el momento cumple, aunque su modestia lastra un tanto la apreciación general de la propuesta.


El soldado romano Quintus Dias (Michael Fassbender) corre semidesnudo por un crudo paisaje nevado. Pronto conoceremos las circunstancias que le han llevado a tan inhóspita situación. “Dog soldiers”, “The descent”, “Doomsday”… y, ahora, “Centurión”. En su cuarta película, Neil Marshall sigue fiel a una evolución filmográfica que se mantiene dentro de los parámetros del género más divertido y circense, coqueteando con nuevas formas pero con idénticos fondos de serie B actual y desenfadada. Un ejemplo de conciencia y coherencia a celebrar por un palco que, en demasiadas ocasiones, no tiene mucho donde agarrarse en la cartelera; y ahora, el director británico presenta su apuesta más ambiciosa hasta el momento. Para bien y para mal.

Para bien, porque la película, divertida y animada, bulliciosa de modo constante a lo largo de un metraje ajustado aunque nutrido ─y eso que la versión que aquí se verá apenas supera los noventa minutos, aunque existe un montaje que rebasa las dos horas─, cumple las expectativas en términos de violencia aventurera y asalvajada; para mal, porque la modestia castiga un diseño de producción que se antoja excesivamente humilde, sensación potenciada por una exageradísima fotografía de Sam McCurdy, harto machacona en sus contrastes. Pero el vigor narrativo, ya demostrado ferozmente por el cineasta en trabajos anteriores, se vuelca en convertir en imágenes un sólido guión firmado también por Marshall ─aunque en ocasiones corre el peligro de tomarse demasiado en serio a sí mismo─, salvando el trance de lo que se antoja una invitación a disponer de mayores presupuestos en el futuro.

En un entorno espectacular, el realizador dispone su escenario y su nuevo grupo protagonista ─los repartoscorales heterogéneos son elemento permanente en su filmografía─, una pandilla de machotes bajo las órdenes del comandante de simbólico nombre Titus Virilus (Dominic West); en el otro bando, feroces pictos al mando del combativo Gorlacon (Ulrich Thomsen). Y lobos, y brutales nevadas, y rencillas, y traidores… un crescendo sostenido tremendamente hostil y ofuscado, sucio y varonil, en un enfrentamiento permanente entretenido y vociferante; pocas pausas lastran el avance de la historia, y cuando estas llegan nublan un tanto la percepción del conjunto ─la imposible hechicera de calendario (Imogen Poots), o los múltiples finales que saturan el epílogo─. Aún con todo, un refrescante péplum que en su violencia casi talibán esconde un mamporrero mensaje antimilitarista: los soldados son poco más que carne de cañón.



LOS MERCENARIOS

Reparto tremebundo para una exhibición de testosterona y diversión como hace décadas que no se veía en pantalla grande. Disfrutable cien por cien, pero con un halo efímero y anecdótico que impide soñar con un retorno de la acción añeja.
Con la ayuda del general Garza (David Zayas), el misterioso e impoluto James Monroe (Eric Roberts) establece una férrea dictadura en un pequeño país latinoamericano. Grave error. Gracias a “Rocky Balboa” (2006), Sylvester Stallone demostró que aún tenía bazas que jugar para entretener al respetable, una sensación que subrayó recientemente con la comiquera y desfasada  “John Rambo” (2008); ahora abandona los dos principales iconos de su carrera y presenta “Los mercenarios (The expendables)”, propuesta de visión obligada para un inabarcablemente inmenso territorio fandom deseoso de rendirse ante la diversión de un festival de testosterona y virilidad, de mano de un grupúsculo de tótems vivos en la memoria ─y la rutina diaria, prácticamente─ del cinéfilo de videoclub y televisor.

Director, protagonista y cofirmante del guión ─junto a Dave Callaham─, Stallone rinde pleitesía a sus compañeros de batalla, un puñado de brutotes que tantas y tantas tardes han llenado ─algunos lo siguen haciendo─ de guantazos y chistes malos desde pantallas grandes y pequeñas. Más o menos bien situados en la industria actual, pero siempre activos desde los parámetros que bailan entre la serie A y la Z, Dolph Lundgren, Eric Roberts, Terry Crews, Steve Austin, Jet Li, Randy Couture y Mickey Rourke se unen al más duro del momento, el hiperbólico Jason Statham, en un continuum desatado a partir de un libreto que aparca polémicas de contexto y sitúa su acción al más puro estilo Cannon, en un punto indefinido del mapa regido por un microejército de extras dispuesto a ser masacrado por un casting increíble aunque un tanto chirriante en su búsqueda de complicidad espontánea. Ante tanto exceso, no se puede pedir todo.

El director fija la vista en la prolongación de su trabajo, rebajando considerablemente la dosis de violencia para abarcar un palco más amplio que consolide el primer eslabón de lo que pretende ser una trilogía; de ahí, macanudos tiempos muertos centrados en la sumersión en la triste realidad del soldado de fortuna, así como abundantes reuniones a puerta cerrada en la que los machotes paramilitares conviven a carcajada batiente relatando anécdotas carentes de cualquier significado. Nada importa demasiado, porque nadie busca profundidad en la propuesta con la honrosa excepción del propio cineasta, que yerra al pretender bordar una filigrana fílmica con tan tosca materia prima: la fatalmente presentada pero con todo epatante secuencia Stallone/Willis/Schwarzenegger, o las molestas improntas que nutren la acción de sangre digital harto evidente y simplona, a pesar de su ímpetu a la hora de hacer bailar la cámara como si de un realizador primerizo y videoclipero se tratase. Sangre, sudor y balas, sí, pero un conjunto menos artesanal y añejo de lo que esperábamos. “The boys are back in town”, clama Thin Lizzy en los créditos. A ver si es verdad, y no es todo tan efímero y anecdótico como parece.
  

1 Response to " "

Paulina Says :
4:56 p. m.

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