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TRANSCRITO DEL DIARIO "20 MINUTOS"

De la gran pantalla a la calle


  • Si Aznar era ‘Charlotín’, Zapatero no pudo evitar ser ‘Bambi’.
  • El cine ha sido origen de varios apodos políticos pero también, como nos recuerda un libro de Borau, una inagotable fuente lingüística.

Si te casas de penalti es por el fútbol. Los toros se ven desde la barrera por la fiesta nacional. Y, gracias al cine, disponemos de abundantes expresiones populares. Tantas que el productor y director José Luis Borau las ha recopilado en el libro 'Palabra de cine' (Ed. Península, 39,90 1), que refleja la influencia del séptimo arte en el lenguaje.

Con las botas puestas
"No es un libro científico", explica Borau, miembro desde 2008 (ocupa el sillón B que dejó Fernán Gómez) de la Real Academia Española. "No estudia reglas gramaticales", añade, "sino que trata de constatar que, como otras grandes pasiones, el cine nos hace hablar de otra forma".

Así, por ejemplo, hay gente no sólo incapaz de "tirar la toalla" (heredado del boxeo), sino dispuesta a "morir con las botas puestas", en referencia a la película de Errol Flynn. Si alguien, de forma sibilina, trata de volverte loco, es más elegante acusarle de estar haciéndote "luz de gas", como Charles Boyer a Ingrid Bergman en 'Luz que agoniza' (que originalmente sí se llamaba 'Gas light', nombre que cuajó en la calle). Y, hablando de desbarajustes mentales, ¿cuántas veces habremos escuchado eso de estar "al borde de un ataque de nervios"?
Pero además de con títulos, el hábito también juega con el nombre de actores foráneos. Muchos hemos crecido escuchando frases como "no te enrolles, Charles Boyer", "corta el plan, Cary Grant" o "la cagaste, Burt Lancaster" (el grupo Hombres G lo popularizó aún más con un disco). "Frases", dice Borau, "que suenan a Arniches, a chulería castiza. Al tono desgarrado y desafiante del pueblo madrileño. Los actores pasan de moda, pero las expresiones perduran. O, al menos, sobreviven en libros".

De Guerra
No hacen falta libros, en cambio, para recordar cómo el cine puede ser empleado como arma arrojadiza en el ámbito político. Alfonso Guerra, dicen, fue quien bautizó a José María Aznar como "Charlotín", aludiendo al presunto parecido físico entre el otrora líder del PP y el inolvidable personaje de Chaplin (que, por cierto, también dio origen a charlotada, que define "un acto que, sin desearlo, resulta grotesco". También la afilada lengua del ex vicepresidente originó el seudónimo de Bambi para Zapatero, que además de destacar afinidades físicas pretendió, se entiende, denunciar una supuesta candidez. La prensa completó la ocurrencia apodando a Pepe Blanco (actual Ministro de Fomento) Tambor, el fiel y jovial conejito que en la película de Disney acompañaba al cervatillo. Siguiendo con el cine de animación, muchos adultos son siempre "un Peter Pan", al igual que todo aquel que pretenda erigirse como voz de la conciencia de alguien será llamado Pepito Grillo, como el fiel consejero de Pinocho.

Y es que los medios han sido, para Borau, los grandes beneficiados de estos saltos metalingüísticos. "Recurrir a términos de campos ajenos", argumenta el académico, "es algo muy gráfico y, a la vez, divertido. 'La asignatura pendiente de ZP', 'Bienvenido Mr. Obama' ...  No pasa un día sin que un periódico no titule una noticia en términos cinematográficos", explica. Un recurso del que no conviene abusar, como advierte Javier Marías en 'El País Semanal': "Cada vez que alguien dice o escribe ‘nadie es perfecto’ (frase final de ' Con faldas y a lo loco'), ‘siempre nos quedará París’ (de 'Casablanca') o ‘francamente querida, me importa un bledo’ ('Lo que el viento se llevó'), confieso que me sonrojo y exclamo para mis adentros: ¡Por favor!".

Juguetes rotos y gays
Sin embargo, y mal que le pase a Marías, la tendencia no va a disminuir. Toda fuente de información misteriosa es un "garganta profunda", como fue bautizado el número dos del FBI que originó el Watergate y título de una de las películas porno más famosas de la historia. Las chaquetas abotonadas de lana seguirán siendo, en una deliciosa pirueta, una rebeca (Joan Fontaine, protagonista de 'Rebeca' de Hitchcock, las utilizaba en el filme... ¡pero Rebeca era otro personaje!). Cualquier deportista o artista que, tras sus "días de vino y rosas" (con perdón), se hunda en el fango será tildado de 'Juguete roto', como en el documental de Manuel Summers. Y hasta la palabra gay,  tan corriente en nuestros días, es reciente y cinematográfica. Antes, significaba "feliz, alegre", y formaba parte de títulos como 'La alegre divorciada' ('The Gay Divorcee', 1934). Pero su uso en alguna cinta que jugueteaba con la confusión sexual (como en La novia era él, con Cary Grant) la terminó transformando en un correcto reemplazo del seco y anticuado "homosexual".

La importancia de un buen guión
Para José Luis Borau, lo fundamental para que una palabra de cine trascienda es que proceda de un guión de los que dejan huella. "Los literatos se enfadarán", asegura, "pero escribir un buen guión es más difícil que escribir una buena novela". Para él, el mejor de la historia quizá sea el de 'El apartamento'. ¿Y de los suyos? "El que escribí con Jaime de Armiñán para 'Mi querida señorita'. Su frase final, era magnífica" (qué me va a contar usted, señorita).

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